Certamen «Gabriel Aresti». Bilbao. Accésit en Castellano. 2012. Cuento.XXVII Congreso del PSOE: Felipe González, Willy Brandt y Olof Palme (Madrid, 5 de diciembre de 1976) - CVCE Website

Mayo de 1979. El 28 Congreso del PSOE se desarrolla por cauces inesperados. Los fogonazos lanzados por su secretario general sobre la conveniencia de abandonar las tesis marxistas han desconcertado a un colectivo entusiasta, inexperto en los regates de juego de salón, acostumbrado a la confrontación desde la ilegalidad y en cuyo seno convive el radicalismo más apasionado, ¡Nada a nuestra izquierda!, con las tesis socialdemócratas sugeridas desde el SPD alemán.
Tras la decepción por el resultado de las segundas elecciones generales, celebradas el 1 de marzo de ese mismo año, que vuelve a ganar la UCD de Adolfo Suárez, un cierto desencanto comienza a erosionar la unidad de aquella militancia de aluvión. En el Palacio de Congresos y Exposiciones de Madrid el patio está revuelto e incontrolado; la corriente que defiende la ortodoxia marxista —personificada por Bustelo, Gómez Llorente, Castellanos y Tierno— consigue que se apruebe su ponencia ideológica. Felipe González dimite, justifica que lo hace por razones éticas, morales y políticas. El SPD mueve pieza; una escueta entrevista del presidente de la fundación Ebert con Enrique Tierno corta en seco el proceso; el mensaje del padrino alemán es crudo y contundente: “Ni solo un marco”. El viejo profesor interpreta que la aventura política es inviable y rechaza encabezar la lista a la dirección del partido.
Huérfano de alternativas, el congreso se cierra en falso con la única salida de que una comisión gestora provisional prepare un nuevo congreso extraordinario. Los mismos delegados que han votado en contra el informe de gestión, aclaman a Felipe González como a un césar para que vuelva.

A la salida, en los pasillos y en el hall, las caras de circunstancias son norma general. Pero una escena contrasta con los rostros serios, las reflexiones en voz baja y los análisis profundos; en un reducido corro, Carmen Romero suelta una espontánea y sonora carcajada; el ambiente no parece el más apropiado para risas, pero aquel desconocido para la mayoría tiene, además de la pasión por ganar dinero, la inquebrantable afición de contar chistes en cualquier momento; se trata de Enrique Sarasola, alias Pichirri, un indiano de San Sebastián que ha hecho dinero en las Américas y que ahora, afincado en Madrid, aunque con negocios en diversos países y hacienda consorte en Colombia, lleva varios años dándoles cobertura económica a las cúpulas del PSOE y de la UGT. La carcajada de Carmen implica, además, su visto bueno para que Felipe viaje solo en las aceleradas vacaciones que acaba de improvisar Pichirri.
Descargado de responsabilidades orgánicas y plenamente confiado en la lealtad de Alfonso Guerra, Felipe González aprovecha el estío parlamentario para poner distancia de por medio. No era la primera vez que viajaba a Panamá; ya lo había hecho anteriormente cuando, de la mano de Pichirri, se fue tomando en serio que eso de ejercer de futuro Presidente de Gobierno implicaba un rodaje intenso en relaciones internacionales.
Tras una simple llamada telefónica a Panamá desde la casa que ocupa el líder socialista en la calle Pez Volador, junto al madrileño parque del Retiro, Felipe y Enrique preparan un escueto equipaje.

Al día siguiente, Omar Torrijos recibe a los repentinos huéspedes con sonoros y efusivos abrazos, para luego distanciarse unos metros: “¡Qué pasa, compañero! ¿Ya la cagaste?” González pone cara de niño al que acaban de pillarle en una travesura, y Pichirri, al quite, tercia con su habitual entusiasmo y su inconfundible voz cazallera: “No pasa nada, mi general, tan sólo se ha tomado unas vacaciones”.
La visita de los españoles no altera demasiado la agenda de Torrijos, que desde su cargo de Jefe de la Guardia Nacional sigue controlando el poder real; poco importa que voluntariamente se haya descargado de sus anteriores cargos oficiales, hasta de la Presidencia de la República, que formalmente ejerce Arístides Royo, un hombre de paja, de orígenes comunistas y lazos españoles. Lo cierto es que el General sigue ejerciendo como Jefe del Estado. Desde sus domicilios particulares toma las decisiones cruciales y dirige las relaciones exteriores, no sin algún que otro conflicto diplomático, pues tiene por costumbre recibir a los embajadores extranjeros tumbado en una hamaca, bebiendo cerveza, vestido con una desabrochada guayabera y balanceándose en su colorido chinchorro, en claro contraste con la rigidez de etiqueta a la que han de ajustarse los diplomáticos que le cumplimentan. Por el contrario, se engalana de milico y rinde honores formales cuando recibe a un cacique indígena.
El sentimiento de González hacia Torrijos va más allá del lógico agradecimiento por los dólares que el carismático político panameño ha estado remitiendo para la reorganización del partido; más aún, siente hacia él una especial atracción. Cierto es que más abultadas han sido las maletas enviadas por el otro compadre en la Internacional Socialista, el “adeco” Carlos Andrés Pérez, pero las interminables pláticas del venezolano, aderezadas con Jack Daniels, a Felipe ya le resultan tediosas, y las aguanta porque en estos momentos de arcas vacías toda aportación económica es poca para vertebrar la organización y pagar las facturas pendientes de la reciente campaña electoral. Sin embargo, lo de Omar era distinto; mitad campesino, mitad soldado, granjea amistad con intelectuales latinos y ha desarrollado una aguda inteligencia autodidacta, que algunos califican como la “malicia indígena”. Ese mestizo, alto y fuerte, parece un loco genial. A diferencia con el venezolano, Omar deja hablar; primero escucha, y luego comprime sus sentencias, que suelen ser pragmáticas e ingeniosas. Descargado de protocolo, por sus tres residencias particulares pasan los presidentes vecinos, políticos afines y líderes de los movimientos de liberación en busca de apoyo, consejo y dólares. Está claro que, para hondo disgusto de sus inquilinos norteamericanos, Torrijos controla muchos hilos políticos de Hispanoamérica.
La vitalidad del General es sorprendente. Aunque sus prolongadas veladas pueden dejar a sus invitados agotados para la siguiente jornada, mantiene por costumbre levantarse temprano para despachar con sus colaboradores, en especial con Betancourt, que siempre está a las siete de la mañana ordenando los papeles de su mesa. El Negro Betancourt es mucho más que su secretario particular o su hombre de confianza, es su amigo, su confidente, su cómplice, su consejero… Alto y delgado, austero en los gestos, pulcro; una impecable y holgada blusa blanca sirve para disimular la inflamación de su hígado y su pronunciada ascitis. Los surcos agrietados de su cara son buena pista para adivinar que aquel hombre ha vivido y sufrido. Anda rondando los sesenta años, aunque aparenta más.
Se crió en la calle, entre la miseria de la ciudad de Panamá. De joven, ejerciendo como encargado de un local de alterne para los “gringos”, una prostituta con instintos maternales le liberó para que estudiara. Licenciado en Derecho, trabajó en los Estados Unidos, se recicló en Cuba y viajó por varios países de Hispanoamérica en contacto con distintos grupos de liberación. En 1968 volvió a Panamá, a los pocos días del golpe militar que izó al poder a Torrijos; desde entonces, no se había separado de éste. El ron y el güisqui de malta se han encargado de dañar su hígado de manera irreversible.
Pero volvamos al paralelismo entre Torrijos y González. Son distintos, pero es posible que esas diferencias sean las que más ayudan a una atracción recíproca. Felipe admira de su anfitrión su intuición política, su habilidad para conocer las claves de los grandes problemas sin despegarse de la realidad pequeña, su pragmatismo; también, le atraen sus consejos ingeniosos y esa rara mezcla de pasión y escepticismo. De alguna manera, Felipe siente que está ante su inesperado mentor. En algún momento de los primeros años al frente del partido, llegó a pensar que la pauta política la encontraría en Willy Brandt, pero el idioma, la frialdad del germano y la evidencia de que también estaba financiando al PSP de Tierno Galván fueron enfriando el sentimiento y abriendo distancia.
Por su parte, Omar ve en Felipe al hijo que hubiera querido tener; admira su formación académica en Europa, su capacidad de liderazgo, su magnetismo en las distancias cortas, su comunión con las masas… y está convencido de que llegará al poder después de ganar unas elecciones democráticas, y no como él, a través de un golpe de estado, dato crucial que le pesa como una losa en los foros internacionales.
Con Felipe en casa, Omar se concede unos días de asueto para dedicárselos casi por completo a su ahijado predilecto: largos paseos por la playa, una tarde de pesca en barca, un rápido viaje a la isla de Contadora y prolongadas veladas en el porche del Farellón sirven para estrechar, aún más, lo que parece una amistad sincera, y también para repasar algunos temas obligados: la situación en Hispanoamérica, la resistencia numantina de Fidel, los sistemas del PRI mejicano y del PRD panameño como posibles modelos de organización para el nuevo PSOE…
Los días pasan y Felipe retrasa su marcha un par de veces. De improviso, surge una buena excusa para prolongar las vacaciones: Gabriel García Márquez ha anunciado su llegada. Por su parte, Torrijos tiene otra razón de peso para celebrar una última fiesta: durante las semanas previas, Betancourt ha estado negociando con los americanos los flecos aparcados en el tratado de devolución del Canal. Las caras de satisfacción de Torrijos, cada mañana, tras las puntuales visitas del Negro, anticipan que las cosas van por buen camino. Para ello, Betancourt lleva varios meses sin beber una sola gota de alcohol. Al final, la redacción definitiva del texto ha resultado muy satisfactoria para Torrijos; es más, tiene la convicción de que el Negro ha vuelto a engañar a los “gringos”.

Omar Torrijos | DIARIO DE CUBA

Gabo llegó en vuelo directo desde La Habana, con sendas cartas de Fidel para Omar y Felipe. También trae una caja de Havana Club (reserva especial) y varias de Cohíbas, con la bandera panameña y el nombre de Torrijos en la vitola. Torrijos está radiante. Consciente de su escasa cultura académica, en los últimos años se ha esforzado en llenar sus lagunas intelectuales rodeándose de periodistas, eruditos y, sobre todo, de escritores consagrados. Vargas Llosa y Graham Greene han pasado por el Farellón, Coclecito o Contadora, pero son, sin duda, las visitas de su compadre Gabito las que más alegría le reportan. En lo profano, coinciden en gustos de mesa y cama. Si unimos a todo esto la presencia de Felipe y el satisfactorio retoque al tratado, es lógico que la habitual euforia del General esta noche sea desbordante.
Junto a los cuatro comensales, a la cena se sienta también Betancourt. Aunque se sirve un reserva de Chateau Laffite, éste se mantiene fiel a su temporal abstemia y sólo bebe agua mineral. En la sobremesa, se habla sobre todo de España. Torrijos sigue con el Burdeos, Gabriel y Felipe se pasan al Havana con hielo y una rodaja de limón, y Pichirri comienza con copas largas de Havana y Coca Cola. Entre tanta euforia, el Negro se encuentra fuera de sitio, sabe que la cirrosis acabará pronto con su vida si vuelve a caer en la dependencia; es consciente de que, puesto a beber, dos copas serán demasiadas y cien insuficientes. Por un momento, piensa en retirarse a descansar, pero al final le vence el deseo de vivir intensamente la velada.
—Mi general, voy a traer champán frío, ¿Pido una copa para alguno de ustedes?
Omar le mira fijo, con asentimiento y preocupación, nadie mejor que él conoce la lucha del Negro con la bebida. García Márquez se suma al espumoso y propone un brindis. Torrijos levanta la copa y formula el deseo de poder ver pronto a Felipe como presidente de España. El siguiente brindis es para que Gabo reciba el Nobel ese mismo año.

Tras un breve sorbo, el escritor entona un “son cubano” y amaga unos compases simulando, con la parte delantera de su liki-liki, cimbrear a una imaginaria pareja. Ahí le dieron a Pichirri que, a falta de micrófono, toma una copa vacía de la mesa y comienza a emular la pose y la voz de Lucho Gatica: “Túúúú me acostumbraaasteee…” Luego, sigue imitando la vocalización hispana de Nat King Cole: “Cachito, Cachito, Cachito mío, pedazo de cielo que Dios me dio…”
El Negro abre una segunda botella y comienza a discutir con el General sobre las excesivas ventajas del tratado. Betancourt sostiene que la negociación ha sido demasiado fácil y que una nueva Administración Republicana, menos blanda en política exterior que la de Cárter, hará cualquier cosa para no entregar el Canal. El respeto del Negro por Torrijos y sus educadas formas se quiebran de golpe: “Te digo, cabrón, que eres un puto iluso; esos pendejos no dudarán un segundo en quitarte de en medio; a ti y a todos los que estamos en esta vaina que tanto les jode”.
Torrijos toma el discurso por las formas, sin sentirse ofendido por los insultos, sabe que no llevan maldad: “Te veo en tu salsa, paisa. Sólo falta que me taches de borracho y mujeriego delante de mis amigos”.
—No eres un borracho; eres un bebedor, y en eso no sabes lo mucho que te envidio. Para mi disgusto, yo no soy ni lo uno ni lo otro, soy un alcohólico. Y en cuanto a las mujeres, disfrútalas sin freno mientras puedas.
—Estás llegando a tu mejor punto —replica Torrijos—. Y ya que te ha venido la inspiración y que las burbujas te han soltado la lengua, dile a nuestro amigo Felipe por dónde puede salir de su laberinto.
El Negro se sirve una nueva copa, dándose tiempo para reflexionar sobre la conveniencia de ser sincero. Mira durante unos instantes a Torrijos, hasta interpretar su aprobación, y luego clava sus ojos enrojecidos en los de González: “Mira, güevón, tú eres un pendejo. ¿Me has oído bien?: un jodido pendejo”.
El silencio se hace más profundo en la estancia. Gabo mira sonriente y arruga su poblado bigote con una mueca burlona; Sarasola aprieta las cejas, contrariado, no sabe cómo terminará el trance; Felipe espera risueño la aclaración del insulto; Omar asiente con un gesto, sabe por dónde viene el Negro, por eso cita uno de sus habituales juegos de palabras: “Al que se afloja, le afligen; y al que se aflige, le aflojan”.
—Mira, pendejo —sigue Betancourt—, el poder, cuando se tiene, es para ejercerlo. Se agarra con fuerza por los huevos y se aplica, y no se suelta ante el primer temporal que sopla. Tú estás ungido por la vara del destino, enamoras a la gente con el pico y la mirada, encantas a las serpientes con la música que sale por tu boca, pero tienes que echarle más güevas. No puedes achantarte ante el primer empujón. La palabra dimisión está prohibida para un líder. El pueblo, la gente, necesita creer en algo y en alguien; si un líder dimite, se sienten huérfanos, indefensos, y lo interpretan como una cobardía. Sólo los adversarios aplauden la dimisión de un líder; son elogios huecos e interados: “A enemigo que huye, puente de plata”. Vuelve a Madrid y recupera tu partido. Si no cometes muchos errores y este puto cáncer me lo permite —y se lleva la mano derecha a la altura de su hígado—, me tomaré una botella de champán francés el día que seas presidente. No me hagas esperar mucho, pendejo, que el tiempo ya no me sobra.
Todos han seguido con atención la apasionada filípica del Negro. Omar piensa que ya es bastante con esta andanada y se levanta para pasarse al añejo cubano. Gabo se dirige a la mulata que recoge la mesa y, tomando sus manos, canta meloso y grave: “Dame tus manos, vennn, toma las míííaasss…” Pichirri completa el peculiar dúo: “Que te voy a confiaarrr las ansias míííaasss…” El escritor pasa esta vez de simular el baile con su guayabera, atrae con lentos y ceremoniosos ademanes a la sonriente camarera y se embarca con ella en la danza acompasada del acaramelado bolero, al tiempo que le susurra al oído: “…Y esas palabras sooon! Cómo me guussstaasss!”
En el horizonte, los destellos de una tormenta iluminan las aguas del Pacífico. De repente, comienza a llover con sonora intensidad. El General y el escritor se animan mutuamente a bañarse bajo la lluvia. Tras unas bromas sobre quién tiene mayor necesidad de espabilar la borrachera, Omar coge a su compadre en brazos y lo lleva en volandas hasta la playa.
Después de algunos chapoteos y de despojarse de sus guayaberas, regresan dando atropelladas zancadas por la arena. Al llegar a la pradera, se dejan caer, boca arriba, con los brazos extendidos. Cantan y ríen durante varios minutos, es como si la cálida lluvia recargase sus sobradas dosis de felicidad y alegría. Sarasola, desde el porche, contempla el insólito espectáculo y apura su enésimo cubalibre

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Felipe sigue atento los consejos de Betancourt: “Cuando seas presidente, que lo serás, una de las claves principales será elegir bien a tus cargos más cercanos; procura que tengan vicios normales, de los que no se tengan que avergonzar; o sea, que si a uno se le cruza una hembra arrecha, la disfrute y punto, pero que al día siguiente esté puntual en las obligaciones de su casa y su despacho. Cuídate de los que llevan una vida intachable, sin vicios conocidos; esos son los más peligrosos, se enamoran como adolescentes de la secretaria o de una artista ambiciosa; lo abandonan todo y, como son medio maricas e incapaces de satisfacer a una mujer lujuriosa, meten la mano en la caja para intentar retenerla con lujo y dinero”.
Felipe no toma en serio el mensaje y le dice que le parece el guión de una fotonovela. El Negro vuelve a subir el tono:
—No me seas cabrón. Ustedes, los españoles, se sienten ya el ombligo del mundo y son tan pendejos como nosotros. Ustedes no sólo vinieron aquí con la cruz y la espada. Mira, este mundo se sigue moviendo por dos cosas que empiezan por “b”… —y calla un instante para darle intriga al acertijo—: la bragueta y los billetes. Y puestos a recordar herencias sobre cómo gobernar, ustedes nos trajeron la regla de las tres pes: “Al amigo, Plata; al enemigo, Plomo; y al indiferente, Palo”.
—Si conseguimos el poder… —Pero Betancourt le corta en seco.
—No te precipites. Sigues siendo un puto y jodido pendejo. Podrás alcanzar el gobierno, y hasta un cierto margen de maniobra para poder cambiar algunas cosas. Pero el poder, lo que se dice el verdadero y jodido poder, es otra historia. En política exterior, y en algunas otras cosas, ya te dirá “el gringo” hasta dónde puedes llegar. En cuanto al poder real, el económico, piensa que hay gente que lleva siglos ordeñando a tu país, y no van a renunciar a ello graciosamente; esos se te pegarán como ladillas y utilizarán todos sus medios, que son muchos, para corromper a tu gente y para descabalgarte si ven perjudicados sus intereses. Luego tienes a los curas, ¿o es que hace falta que te recuerde que tienes un país lleno de sotanas? Parecen débiles, pero con esos no podrás, te llevan dos mil años de ventaja y se adaptan como los virus a las circunstancias más adversas; y siguen ahí, de forma perpetua, ¿conoces, acaso, alguna otra sociedad que haya perdurado tanto tiempo? Sin embargo, con los “chafarotes” tendrás menos problemas de los que aparentan. Que nos les falte la paga, y les compras barquitos y aviones para que jueguen. Son como niños. En caso extremo, como ustedes terminarán irremediablemente en Europa y en la OTAN, eso les salva, porque bajo esos paraguas hay menos peligro de golpes y asonadas.
Felipe acepta la derrota dialéctica con una sonrisa. Acto seguido, apura las últimas bocanadas de su Cohíba y aprieta con fuerza las dos manos de Betancourt: “Gracias, compañero. Si algún día te cansas de ser la conciencia de Omar, me gustaría tenerte a mi lado. Cuídate, te espero en Madrid”.
Al día siguiente, González y Sarasola toman vuelo de regreso a Barajas con la lección bien aprendida. Desactivada la Operación Tierno, la gestora presidida por José Federico de Carvajal se limitará estrictamente a realizar su papel, o sea, a no hacer nada. Alfonso Guerra controlará todos los resortes para que el 28 bis, previsto para finales de septiembre de ese mismo año, en el hotel Meliá Castilla de Madrid, no depare ninguna sorpresa: la nueva ejecutiva resultante, con Felipe y Alfonso a la cabeza, tendrá las filas tan prietas como los tornillos de un submarino.

PANAMÁ ESPAÑA AVIOCAR | Foto | 8005340183

Dos años más tarde, la avioneta de Torrijos se precipita en la jungla; en el siniestro mueren los seis ocupantes, entre ellos el propio General. Por aquellas fechas, varios políticos hispanoamericanos fallecen en sendos accidentes de aviación por causas nunca aclaradas.

Felipe González

En octubre de 1982, el PSOE gana las elecciones generales por mayoría absoluta. Ese mismo año, en el mes de diciembre, García Márquez recibe el Premio Nobel de literatura. A pesar de la rigurosa etiqueta sueca, el singular escritor colombiano se presenta al solemne acto ataviado con su característico e informal liki-liki.

La historia detrás del premio y otros secretos que García Márquez ocultaba hace 40 años - LA NACION

El Negro Betancourt no pudo llorar la muerte de su compadre Omar ni tomarse las prometidas botellas de champán para celebrar los respectivos éxitos de Felipe y Gabo, murió en 1980, cuando su cirrosis hepática se le complicó con un fulminante tumor de cabeza de páncreas.

Historia negra del PSOE (VII-1) - El Español Digital "La verdad sin complejos"
Enrique Sarasola fallecerá el 2 de noviembre de 2002, en la Clínica Ruber de Madrid, después de una luchar infructuosa contra un cáncer de vejiga. En su sepelio, Felipe González ratificará, una vez más,su amistad con el controvertido empresario.
Gabriel García Márquez y Felipe González, a pesar de la distancia y de algún enfado pasajero, se siguen frecuentando como amigos.


El día 12 de mayo de 2005, a las 11,35 AM, coincidí con el maestro García Márquez en la puerta de embarque D-58 del aeropuerto de Barajas; durante el tiempo que estuvimos juntos, le esbocé este relato y él, risueño y sorprendido, me preguntó: “¿Usted dónde estaba para conocer ese suceso tan especial?”