El Adelantado de Segovia. Crónicas del Sentimiento. López Saura publica algunos días en Internet su santoral gráfico: “Hoy es Santa Marta, patrona de los camareros”, y me identifico con ellos, pues lo he sido muchos años y no reniego, aprendí más sicología detrás de un mostrador o sirviendo mesas que luego en la asignatura de la carrera, también me enseñó que estamos en la vida para servir.
Hoy es San Cristobal, patrón de los tansportistas”. Lo fui, lo sigo siendo, pues un empresario no se jubila nunca, y porque siento la dignidad de haber creado y mantenido más empleo en mi pequeña empresa familiar que predicando en los mítines.
Hoy es San Francisco de Sales, patrón de los periodistas”, y compruebo que el viento no se ha llevado por delante todas mis crónicas en El Adelantado de Segovia y otros medios, durante más de cincuenta años, cargadas de compromiso: sin periodistas, nunca habrá democracia.
Tengo más santos al los que agradezco su luz, unos me han alumbrado para subir al escenario, otros para hacer radio y otro más para que mis libros lleguen a hogares y bibliotecas. Del santo que me metió en política, ya no me acuerdo; y del que me sacó, tampoco. Demasiadas cuerdas para un violín, hubiera sido mejor volcarme en una sola de esas disciplinas, en vez de este abanico laboral.
Teresa Herranz, mi directora en El Adelantado, me dice que le recuerdo a “Mustache”, el tabernero de la película Irma la dulce, que atesoraba sorprendentes oficios en su pasado, cuando se entera de que también he sido enfermero. Lo fui, Teresa, lo sigo siendo.
El pasado lunes lo anunció López Saura, con su dibujo: “Hoy es el Día Internacional de la Enfermería”, y me arrancó una sonrisa. Recordé que, allá por 1977, mi sueldo de “plumilla” no me llegaba para poder pagar algunos días la papilla de mi primer hijo (así se pierde una vocación). Conseguí cobrar los meses que me debían en Diario de Castilla y me matriculé en Enfermería de la facultad de Medicina, en la Complutense, mientras iniciaba algún negocio y ayudaba a mi padre con su taxi en el Transporte Escolar. Cerré una puerta y abrí otras.
Después, sin vocación y con cierto temor, desembarqué en el servicio de urgencias de atención primaria de Segovia, primero en el hospital Policlínico y luego en el centro de salud de San lorenzo. Tuve la suerte de caer en los brazos de Santiago Goya, que me acogió como si fuera su hermano pequeño. ¡Gracias, Santi! A su lado, pronto perdí el miedo, según me contagiaba de la satisfacción que se desprendía de ayudar a los que necesitaban de forma urgente nuestra asistencia. Fueron 25 años visitando, de día y de noche, a los segovianos en sus casas, con actitud samaritana y sin pereza. La profesión de enfermera es muy hermosa, haberlo sido me reporta un sentimiento feliz. No me extraña que sea tan altamente valorada por los ciudadanos, aunque nunca necesité que me lo contaran las encuestas, lo percibía en las miradas agradecidas de enfermos y familiares.
Ahora, como enfermo y acompañante, según nuestras defensas se va desgastando, frecuento las consultas de primaria y del hospital, y me cansan más estos trasiegos que una jornada completa de mi etapa en activo.
Aunque me jubilé en 2015, sigo comprometido con la sanidad pública, no sólo porque me ha salvado la vida varias veces (no exagero, y este miércoles otra vez), sino porque es el principal patrimonio que tenemos los españoles, fruto de esta democracia incompleta, que debemos mejorar.
Mis años de jubilado avanzan con mucho ritmo, sin hueco para apuntarme al Imserso. Entiendo que los trabajadores quieran jubilarse pronto, pero los animo a que sea para disfrutar de aquellos proyectos que desearon afrontar antes y no tuvieron tiempo. Les advierto que, los que se jubilan un lunes para no hacer nada, el martes ya no los conoce nadie.
Afronto la vida por etapas, con este lema esperanzador: “Cuando una puerta se cierra, otra se abre”. Aún me quedan algunas por abrir, eso creo. Según vaya descubriendo lo que me encuentre, os lo iré contando, pero no antes. Los proyectos no se pregonan, se realizan.
Esto lo escribí el pasado miércoles 14, por la mañana, como borrador para esta crónica; luego, por la tarde, camino de Madrid desde Segovia, por la AP-61, entre Revenga y Ortigosa, entramos con mi coche en la famosa tormenta y salimos disparados lateralmente hacia el arcén; durante unos instantes, pensé que allí se cerraba nuestra última puerta, sin hueco para otra. Afortunadamente, la llamada al 112 (Emergencias de Castilla y León) fue inmediata y efectiva.
Pronto, atrapado bajo la carrocería del coche, ruedas arriba, con la cabeza entre el agua y el barro, oí llegar un despliegue de profesionales y medios: dos equipos del 112 ( Sacyl, emergencias sanitarias), Bomberos de Segovia, Guardia Civil de Tráfico, Policía Local de Segovia, los servicios de Iberpistas…, mientras caía un diluvio. Esta vez, esos fueron mis santos salvadores.
Y las puertas se abrieron. De ello se encargaron los bomberos. Los compañeros del 112 nos evacuaron y estabilizaron en sendas ambulancias; en el hospital, completaron la operación los especialistas de urgencias; y estamos vivos y bien. Ahora, se me abre más la puerta de cuidador principal en casa.
De nuevo, sigo aquí, gracias al sistema de salud y seguridad de este país. No valoramos lo que tenemos. ¡Gracias, compañeros!