













He cogido querencia a las crónicas de amor. La de hoy resume mi sentimiento hacia Nuevo Mester de Juglaría. Les debo un carro de momentos felices y me va a resultar difícil resumirlos en una página. Me es más fácil regar una historia sencilla, y hacerla crecer, que sacar la esencia de un romance tan grande. Este lo es.
Somos lo vivido. Lo que hemos mamao, bebido, comido y leído; lo gozado y lo sufrido, cantado y bailado. Tengo un duende dentro de la cabeza que ordena mis recuerdos en una montonera de carpetas; luego, algunas historias de estos archivos tienen vida propia, pues regresan cuando menos me lo espero o se abren de par en par, tras un leve estímulo, como los acordes de alguna canción. “Dicen que no me quieres, serrana mía, porque soy pobre”. Hoy suena esa, y revive una carpeta gruesa de mi memoria. Lleva un título: “El Mester de mi vida”, casi como el extraordinario libro de Esther Maganto y Enrique del Barrio sobre ellos, pero en singular.
Llanos, Fernando, Luis, Paco y Rafa, más los que estuvieron antes (Marián, Milagros y Javier) y los muchos que luego han llegado despúes, también son el “Mester de los segovianos”. Juntos, y a veces por separado, ha pregonado mucho y bien a Segovia, dentro y fuera de esta tierra. Han hecho cantar, gozar y llorar de emoción a los segovianos errantes, evocando sus raíces y suavizando el dolor de la ausencia, en la plaza Mayor de Madrid (19 conciertos) y en numerosos rincones de España, incluso del extranjero, donde siempre surge una voz que grita con desgarro: “¡Viva Segovia elegante!”
Su trayectoria en cifras puede ser mareante, porque 55 años han dado para muchos discos (27), conciertos (camino de dos mil), libros, conferencias… He seguido su evolución como artistas. No ha sido sencillo; sin hueco para acomodarse, han sabido investigar, innovar, incorporar géneros y recursos, fusionar estilos, reinventarse a menudo, crear un sonido propio, conservar la frescura, abrir fronteras musicales, ensanchar el camino para otros, embarcarse en proyectos arriesgados y, al mismo tiempo, respetar con rigor la esencia de nuestro folclore. Junto a otros, han contribuido a recuperar la cultura popular del olvido y a provocar su interés, iluminados por el legado de Agapito Marazuela.
Entre las muchas vivencias personales, he visto crecer musicalmente a Cristina en la Banda de El Espinar. Inolvidable es la etapa que viví con Fernando en la redacción de Diario de Castilla, en 1976. Junto a su condición de músico, liberaba cada día una pasión imparable por escribir, en verso y en prosa. Conducía un Renault 10 que le había legado su padre y cogió miedo a viajar de noche, después de los conciertos, tras las muertes de algunos artistas en carretera, entre ellos Cecilia, aquel verano. Una tarde llegó de Madrid con la primera maqueta de Los Comuneros y la puso en el radiocasete de su R10: “Escucha, Juanito, escucha: Morados pendones viejos, violados de tanta espera”. ¡Qué emoción! Ambos dijimos que sería un éxito, más grande aún que el Romance del Pernales, pero no podíamos imaginar que su “Canto de Esperanza” se convertiría pronto en el himno popular de Castilla.
No quiero olvidar su lealtad al espíritu de Villalar, a Segovia y a San Frutos; la sensibilidad para ganar la confianza de los ancianos y hacerlos recobrar las coplas y romances guardados en su memoria; la magia para haber embarcado a los niños e interesado a los jóvenes; la solidaridad con colectivos necesitados de nuestro entorno; la sonrisa sincera con la gente, tras los conciertos, en la calle…
Sin miedo a las alturas, han afrontado proyectos de excelencia, como en la versión sinfónica de Comuneros; también, se han elevado por encima de polémicas estériles y han mantenido una actitud ética, sin tibiezas, porque la cultura implica compromiso, no sectario. Fecundos y generosos, han impulsado proyectos de calidad, que ya están maduros: Folk Segovia y Free Folk, además de nuevas experiencias musicales en familia.
El Mester ha resistido los cambios culturales, las crisis del mercado del disco, la desaparición de programas musicales en los medios y toda esta revolución audiovisual que no cesa. Los reconocimientos institucionales y populares continúan. No son pocos ni por casualidad: Castellanos de pro (con Enrique Tierno y Miguel Delibes), Medalla de Oro de la Provincia, Hijos predilectos de Segovia, Premio Nacional Agapito Marazuela, Académicos de honor de San Quirce, Castillos de Oro, Majos de la Música, San Frutos de la prensa, Centro Segoviano de Madrid, pregoneros de numerosas fiestas, entre ellas los Gabarreros de mi pueblo… Estos títulos son agua de mayo, pequeñas caricias para que el carro mesteril siga rodando con salud, tesón e ilusión. El amor de la gente es el mayor premio.
Este jueves, los transportistas segovianos rendiremos homenaje al Mester de nuestra vida, por todo lo que su trayectoria supone para el transporte de personas y mercancías de Segovia. También, queremos agradecerlos su compañía, a través de sus canciones, en el interior de nuestros camiones, taxis, furgonetas y autocares, durante millones de kilómetros, en infinitos viajes con el emblema de Segovia por esas carreteras de Dios. Ellos y nosotros, somos arrieros.
Larga es la vida del Mester, grande su obra y obligada nuestra gratitud.
Yo, señor, soy de Segovia, la tierra de Juan Bravo, de Machado, de Perico Delgado y del Mester.