Tatán vive cada momento con intensidad. Fotografía todo y encuentra amigos con facilidad. Pasa una tarde en el río con Acacio, el bichero, cazando ratas con unas jaulas de alambre. Le regala dos, con la explicación de que son de agua limpia, comen hierba fresca y están exquisitas.
Felisarda, la guardesa de la Misión de Sabie, es hacendada y discreta. Se divorció hace años y prefiere no recordar las razones que la empujaron a ello. Dice que olvidar lo malo es bueno. Guisó con verduras las dos gallinas que me regalaron y las ratas que cazó Acacio. No le hacemos asco a este manjar, su carne es parecida a la de los conejos, pero más suave y jugosa. ¡Fuera prejuicios!
En las visitas al Kruger Park y a la Reserva de Sabie vemos leones, elefantes, búfalos, cocodrilos, rinocerontes, hipopótamos… Son mayores aún las emociones: la primera noche atravesamos el Sabie de madrugada, con el agua hasta la cintura, para que Jesús oficiara un entierro en un poblado de la otra orilla.
Le pregunto a Jesús si le compensa haber dejado en Mozambique 25 años de su vida, y me contesta con una frase de la novela que lee: “Cumplir con lo que consideramos nuestro deber ya lleva dentro una gran recompensa”. Por su parte, Tatán evoca otra cita de Delibes: “Hemos venido a redimir al redentor” (El disputado voto del señor Cayo); y lo explica: “Acacio sabe cazar y pescar mejor y con más fundamento que toda esa tropa de señoritos que los fines de semana inunda los cotos de España”.
En el vuelo de regreso a España, Tatán y yo reconocemos que esta experiencia supone un antes y un después en nuestras vidas. No hemos cambiado en nada a los “changanas”, pero ellos a nosotros sí. Tatán conocía a Jesús desde niño, aunque no en su salsa. Admira la pasión que pone en todo; ahora comprende por qué somos amigos, a pesar de que nuestras convicciones no son idénticas. Antes de aterrizar en Barajas, nos comprometemos a volver juntos a Mozambique.
Regreso a casa dichoso al ver que Tatán ya es un hombre de una pieza, que no para de crecer como persona. Ya en carretera, cuando divisamos el ancho Guadarrama y sus montañas azules, recuerdo a Machado: “Eres tu Guadarrama, viejo amigo”, y evoco a Delibes: “Los hombres se hacen, las montañas están”.
Desde entonces, han pasado muchas cosas. Jesús cerró en 2012 su etapa de 27 años en África y regresó a las parroquias que le asignan en Segovia. Cada año, vuelve a Mozambique para reforzar compromisos y alentar nuevos proyectos.
En mi casa sucedió una tragedia. Tatán enfermó de cáncer de pulmón, imparable y muy doloroso. Murió el 31 de marzo de 2012. Durante el proceso de la enfermedad, a su lado estuvo Jesús, que al final ofició su entierro, con evocaciones al viaje a Mozambique. Tras dar reposo eterno a su corazón, bajo una encina casta, comimos juntos en casa y reflexionamos sobre la entereza de mi hijo frente a la muerte; ante esa dignidad, cualquier acto de los que aún seguimos vivos es banal.
Por su parte, Jesús sufrió un infarto en otoño de 2017, pero los ángeles de la Sanidad Pública le cogieron a tiempo por las patas, cuando la parca ya tiraba de él, le metieron en el quirófano y le ensancharon las arterias coronarias con media docena de muelles; luego, a las pocas semanas, cayó en una depresión horrible que le tuvo hundido durante varios meses. Llegué a pensar que no saldría del pozo, pero, poco a poco, la medicación hizo su efecto. Volvió a Mozambique en febrero de 2019 y casi le pilla un ciclón devastador; de nuevo en Segovia, se embarcó en una intensa campaña solidaria, a su estilo, como lo que siempre ha sido: un lobo solitario, al que espontáneamente luego le sigue una densa manada de personas solidarias. Esta batalla le recargó las baterías. Kupfunana funciona, en África y en Segovia. Sin embargo, de nuevo las enfermedades aumentaron su largo historial médico, en 2021 y 2022: un herpes zóster ótico, el Covid19 complicado y con secuelas, dos hernias discales muy dolorosas… Temí que está vez el final era inevitable, pero Jesús tiene una capacidad increíble para recuperarse. Y así fue.
Por mi parte, yo aprendo cada día un poco a caminar con la herida abierta que supone la muerte de mi hijo, gracias al bastón de la escritura y al nuevo empuje de dos nietos que crecen sanos y ya preguntan quién fue su tío Tatán. Muchas noches busco en el cielo la estrella más luminosa, y en silencio, libero mi pasión y lanzo esta promesa: “Volveré pronto para buscarte en el firmamento de Sabie”.
Tacho los números del calendario. Ya tengo los billetes y otra puerta que se abre. En Sabie me espera Jesús y me acompaña mi hijo Pablo. Mi viaje continúa.