He conocido en las distancia corta a varios de los buenos fotógrafos segovianos de mi tiempo. Muchos merecen una crónica especial. Hoy quiero centrarme en Manuel Riosalido, al que no conocí personalmente, pero sí parte de su extensa obra, a través de media docena de exposiciones del museo Rodera Robles. La VII está en ciernes y podrá contemplase a partir del próximo 20 de junio. Estoy seguro de que será acogida con el mismo interés.

El año pasado, también expusimos en el Torreón de Lozoya medio centenar de sus imágenes sobre la Semana Santa de Segovia y, recientemente, la editorial segoviana Derviche (Entrelibros) ha publicado un libro con las fotos de las dos primeras exposiciones del Rodera.

Entre 2021 y 2023, Rafa Cantalejo, Juan Pedro Velasco, Juanito Sáez Pajares y Pedro Luis Peñas, entre otros, me pasaron muchas fotografías para dos libros: Historia del Transporte de Segovia y El Transporte de Segovia en imágenes. Tuve que seleccionar cientos, entre miles. Las de Riosalido se salvaban casi todas del descarte.

Firmaba con Foto Rio, como inicio de su apellido. A mí me resulta más sonoro completo, Riosalido, y lo cito en presente, como un creador especial, cuya obra continúa interesando, no sólo como una amena ventana al pasado, por la que podemos conocer más y mejor cómo eran Segovia y los segovianos durante la transformación rural de mediados del siglo XX. Su interés está, a mayores, en la calidad de sus instantáneas. Son claras, sencillas, bien enfocadas, correctamente encuadradas… No necesitan recortes ni reajustes, y tienen personalidad propia. Son muy buenas. Me he familiarizado tanto con ellas, que no necesito ver la firma para saber cual es suya.

La fotografía es el arte que nos permite inmortalizar la vida; después, cada uno la revisa según le fue. Muchos con nostalgia, otros con ternura y algunos con dolor, como un reflejo del tiempo perdido. Los protagonistas de la Segovia de la posguerra que muestra Riosalido suelen lucir sonrisas espontáneas y ganas de vivir, que nos transmiten paz y amabilidad a quienes las contemplamos ahora, muchos años después.

Manolo fue el fotógrafo de las instituciones políticas, sociales y religiosas de Segovia, y de las agencias de prensa; también, de los clientes que pasaban por su estudio en la calle Real. Fotógrafo institucional, social, de encargo, fotoperiodista… En fin, un todo terreno.

No se encerró en la ciudad, recorrió la provincia, como fotógrafo oficial de la Diputación y, en muchas ocasiones, al lado de Luis Felipe de Peñalosa, delegado provincial de Bellas Artes. Visitó cuantos pueblos eran objeto de hechos noticiables y de inauguraciones oficiales, como la escuela de Capataces Forestales de Coca, con la presencia de Franco. Esta condición oficial no le frenó a la hora de captar también lo cotidiano: tareas forestales, nevadas en los puertos, accidentes de tráfico, manifestaciones de la cultura popular, la Segovia en ruinas y el patrimonio histórico perdido, como la Alhóndiiga de Cuéllar y el ábside románico de San Martín de Fuentidueña, antes de ser «cedido de forma indefinida», en 1957, al Museo Metropolitano de Nueva York, por el mismo que inauguró la escuela forestal de Coca.

Durante dos décadas, desde su llegada a Segovia en 1944, hasta su temprano fallecimiento en1964, a los 52 años, su trabajo fue muy fecundo. Dejó, bien ordenado, un archivo con más de doscientos mil negativos. Lo conserva y digitaliza con esmero su hijo, José Manuel; de su difusión se encarga el Rodera Robles, con una muestra cada año, de la mano de Rafa Cantalejo, que lo cuida como si hubiera encontrado un inmenso filón especial de emociones segovianas. Lo es.

¡216.000 negativos! Esa cifra nos permite calcular que gastaba, como poco y cada día, un rollo de película Kodat Plus X, de 36 instantáneas analógicas, ni una más, por lo que debía economizar bien los disparos y captar con uno solo, rápido y preciso, el instante mágico, porque, en la fotografía y en la vida, lo que se va no vuelve.

En su atracción por lo popular, al mismo tiempo de cumplir con sus encargos oficiales, veo un notable paralelismo entre Riosalido y otro gran fotógrafo de esa época, Ramón Masats, recientemente aclamado en el Torreón. ¡Visite España!

En los años cincuenta, con la proliferación del turismo y de los rodajes de películas, los rostros famosos paseaban por las calles de Segovia, visitaban los monumentos y comían en los mesones. Riosalido enviaba a las agencias de prensa los carretes de fotos sin revelar. Los entregaba en una oficina de la plaza Mayor a un mensajero que se encargaba de llevarlos a Madrid, en el último tren. Ese era el correo electrónico de aquella época. Luego, las fotos volaban a través de periódicos, revistas y carteles con un mensaje subliminal: ¡Visite Segovia!

No le recordaré como fotógrafo de marineritos de comunión y novias de negro, en el estudio, pero sí como reportero de a pie, con amor a lo cotidiano. Antes de que Andy Warhol presagiara que, en el futuro, todas las personas serían famosas, durante 15 minutos, Manolo Riosalido, en su gusto por la vida que latía en la calle, inmortalizó a personajes anónimos y a rostros singulares de esta ciudad: curas, serenos, tenderos, repartidores, heladeras, pescaderos, lecheros a caballo, vendedores, charlatanes… cuya fama perdura ahora, en la intrahistoria de Segovia, más allá de quince minutos y de setenta años, con sonrisa amable. Gabarrero.com