El Adelantado de Segovia. Crónicas del Sentimiento. De niño, nunca imaginé que podría llegar a conocer el siglo XXI. Me parecía inalcanzable, pero el tiempo vuela y ya estoy en el año 2025. Además, la magia de la literatura me permite viajar por el tiempo y vivir las vidas de otros.
Hoy recupero en esta crónica la crucial huella segoviana en la vida de Rafael Alberti, a cuenta de que este año se cumple un siglo de su primer libro de poemas, Marinero en tierra, premio nacional de poesía de 1925. La historia es muy hermosa y seguramente muchos ya la conocéis. Os la voy a contar como Marinero en sierra, por su impronta serrana.
Después de una infancia y juventud en Cádiz, Rafael llega a Madrid en 1919, con 17 años, envuelto por la temprana vocación de la pintura, pero sus primeras obras son recibidas con críticas adversas. Ese verano lo pasa en San Rafael, acompañando a su padre enfermo, que fallece pronto. Contrariado por las dificultades para abrirse camino como pintor, asume el trabajo paterno (representante de bebidas de la casa Osborne), que le lleva por pueblos de Madrid y Guadalajara. Viaja por caminos en diligencias, come en las tabernas que visita, duerme donde puede y bebe mucho.
Así recordó más tarde aquella etapa canalla: «No me cuidaba, vivía como un caballo desbocado, apenas dormía cuatro horas; tosía, sin conseguir arrancar esputos; me dolía el pecho y a veces lo aliviaba con pequeños sorbos de coñac; comencé a escupir sangre…» Visita de nuevo al médico de la familia, que descarta tuberculosis y le diagnostica una afección pulmonar más leve. Como tratamiento, el doctor le recomienda reposo y aire puro, en la sierra que ya conoce. Vuelve al Gran Hotel de San Rafael en el verano de 1920, ahora para buscar su cura.
Su salud física mejora pronto, también la mental: «Allí, entre aquellas montañas del Guadarrama, repleto el corazón del canto soleado de los pinos, renací a la vida. Se me fue la poca fiebre que tenía al caer de la tarde, aumenté de peso y comencé de nuevo a pasear, media hora cada mañana y otra media antes de la puesta de sol. Escribía como un loco. Casi contento estaba con mis versos». La arboleda perdida.
Incorpora paseos por los senderos del río Gudillos y los pinares cercanos, donde descubre otro mar, otros barcos, otras gaviotas, otras sirenas: carreteros de bueyes que transportan troncos de madera por un mar de pinos, gabarreros que bajan ramas sobre los lomos de caballos, garzas heridas y el sonido de los trenes. Está a punto de vivir una catarsis; había llegado a Madrid herido por la ausencia del mar gaditano y acababa de descubrir el monte. El mar enamora, pero el monte aviva el sentimiento, orea la memoria e ilumina el pensamiento. El monte libera.
Además, comprobaba que la pintura como medio de expresión le dejaba incompleto, no encontraba manera de meter en un cuadro todo cuanto en la imaginación le hervía. En cambio, en el papel sí… Quería solamente ser poeta. Y lo quería con furia.
Su romance con San Rafael se prolonga hasta 1924, y sus estancias se hacen cotidianas desde mayo a octubre. Con el otoño avanzado, regresaba a la frialdad de Madrid: «Dejaba con tristeza San Rafael, solemne y melancólico, ya sin veraneantes, despoblados los chopos, rodando en remolinos por la carretera sus hojas amarillas. Era hermoso el arribo de la otoñada en la sierra. Sentía más míos el sol y el largo silabeo del viento en los pinares. Con los primeros grandes fríos, en los días azules, se recortaban más los montes, presentando un extenso perfil impresionante aquellos que formaban, mirando hacia Segovia, la Mujer muerta».
En Madrid lee a Juan Ramón Jiménez y a Machado, frecuenta el Ateneo y la Residencia de Estudiantes, conoce a León Felipe, Lorca, Dalí, Buñuel… En sus cuadernos de invierno va apuntando sus deseos de volver cuanto antes a la sierra, en busca del espacio donde desentrañar la metamorfosis creativa que está viviendo. Al llegar la primavera, aceleraba los preparativos para regresar a San Rafael, con el fin de concluir su poemario.
En junio de 1925, un jurado compuesto por Antonio Machado, Ramón Menéndez Pidal, Gabriel Maura, Carlos Arniches, Gabriel Miró y Moreno Villa concede a Rafael Alberti el Premio Nacional de Poesía por su libro Marinero en tierra.
José Ruiz Castillo, propietario y director de la editorial Biblioteca Nueva, se interesa personalmente por la edición, cuya impresión confía a la famosa imprenta de El Adelantado de Segovia. En otoño apareció el libro, ilustrado con un dibujo del pintor Vázquez Díaz, las músicas de Ernesto y Rodolfo Halffter y una carta de Juan Ramón Jiménez. Una faja amarilla destaca en grandes letras: PREMIO NACIONAL DE POESÍA 1924-1925.
Rafael lo vivió así: “Las pruebas de Marinero en tierra sobre mi mesilla de trabajo. Nunca me había visto en otra. Ignoraba cómo corregirlo. Me inventé unos signos especiales y lo devolví, con sellos de urgencia, a la imprenta de El Adelantado”.
Esa nueva incertidumbre, a la hora de terminar un libro, le acompañará siempre. Como a todos. Ya había asumido lo imposible que le resultaba meter todas sus inquietudes en un cuadro, ahora le tocaba aprender que, si no paras, un libro no se termina nunca de escribir ni de corregir.
Enhorabuena amigo, me ha encantado » MARINERO EN SIERRA » interesante, muy interesante, esa época , gracias por contarlo con tu maestría