El Adelantado de Segovia. Crónicas del Sentimiento. En mi carta a los Reyes Magos, llevo años pidiendo lo mismo: salud para mi gente y tres vidas para mí: una para escribir con pasión, hasta que duela, a mí y a quienes caigan en la tentación de leerme; otra vida para amar sin freno, hasta las trancas; la tercera la dedicaría a trabajar duro en las cosas que me gustan; eso no es una carga que me canse, es gloria bendita.

Tampoco les pido tanto, sólo tres vidas, con todas las que hay por ahí echadas a perder, dejadas de la mano de Dios, pero no me hacen ni puñetero caso, ¡y dicen que son magos! ¡Ja! En lugar de las tres vidas, me traen una gorra como la de Kike Santana, una bufanda y una colonia de Varón Dandy. Gracias.

Es broma, no soy tan ingenuo; espabilado de mi sueño, cada 6 de enero, encuentro la solución enseguida: meto mis tres deseos (escribir, amar y trabajar) en la vida remendada que me queda, renuevo mi ilusión y tiro palante

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No le temo a la vejez, la juventud es una actitud que mantengo viva. Lo aprendí de mi madre. La Josefa, durante sus últimos años, me decía que nunca había sido tan feliz como lo era entonces, con la mente fresca: ver unidos a sus dos hijos, preparar nuestra merienda diaria, recibir visitas, gobernar su casa, gozar del cariño de sus nietos…

Apoyada en su bastón, a sus noventa y tantos años, organizaba su calendario vital según llegaban sus santos: Antón, José, Isidro, Antonio de Padua, Cristóbal, Roque, el Caloco… Así fue que me convertí en su lazarillo y taxista, y aprendí a quererla más y mejor. Eso, y dejar de fumar, es lo mejor que he hecho en mi vida.

En San Antón, le encantaba que sacara la capa segoviana de su padre, mi abuelo Juan Garrido, y acudiera con ella a la procesión. Al pasar bajo su balcón, frente a la portada sur de la iglesia de San Eutropio, me hacía señas y me tiraba besos.

El 19 de marzo, San José, coincidían su santo y su cumpleaños. En Valdeprados, escuchábamos a los hombres cantar los Gozos al Santo. Comíamos en un mesón próximo, donde el propietario solía recordar con cariño a mi padre, Juanito el Taxista. Me encanta recuperar los afectos que él repartió en vida. Volveré a los Gozos este año y no estaré solo, pues ahora el cura de Valdeprados es Jesús Torres.

En mayo, acudíamos a la ermita de San Isidro. Tras la procesión y la misa, entraba en la sacristía para volver a ver la foto, con historia dentro, de la visita de la gobernadora al bar El Costero; luego, íbamos al cocido de Valseca, donde el alcalde nos reservaba espacio preferente, como si fuéramos importantes; por la tarde, paseábamos con el coche por las calles de Los Huertos, hasta localizar las casas de los Garrido, que allí resisten. Y nos acogían. Eso de tener familia y frecuentarla es hermoso.

A mediados de junio, llegaba la romería de San Antonio del Cerro, entre Navas, Zarzuela y Vegas. Cantábamos los Pajaritos con Juanito Pérez, el cura amigo, y los dulzaineros de Zarzuela y San Rafael. La Josefa no paraba de saludar y abrazarse con la gente.

En julio, disfrutaba de San Cristóbal; antaño, en el pueblo, adornaba el taxi de mi padre para su bendición en la plaza del Ayuntamiento; algunos años la llevé a Asetra, en el Centro de Transportes de Segovia; el día previo, rezaba el rosario que organizaba José Luis Fraile en el salón de actos y luego hacíamos la compra juntos; a la mañana siguiente, misa y bendición de vehículos.

El 16 de agosto de 1980, San Roque, nació mi hijo Tatán. Esa fecha siempre fue motivo en casa para una comida familiar, que llego a ser multitud, ya en su ausencia: ¡Tributatán! Ahora, lo celebran sus amigos en septiembre, en Valdespina, Soria.

El Caloco llega al pueblo en septiembre. Mi madre lo esperaba en la plaza, sentada en la bancada de piedra con respaldo de hierro. Siempre nos hacían hueco. Cuando el Cristo se aproximaba a su altura, la cara de la Josefa se iluminaba.

Una vez en su casa, recogida en su soledad buscada, la Josefa repasaba con detalle esas vivencias felices, por lo menos tres veces cada una. Para ella, esa etapa feliz fue como vivir tres vidas. Estos recuerdos comprimen su forma de entender la existencia, acorde con su fe y devociones. También, resumen cómo entiendo yo las tradiciones: son la fe viva de nuestros muestros muertos. Los tradicionalismos son otra cosa.

Retomo el calendario santero con el primer santo de esta crónica, Antón. Su fiesta será el próximo viernes, 17 de enero. Cumplo mi cargo de esclavo mayor de la cofradía, me toca dar el desayuno y, en la procesión, llevaré el hábito tradicional, con su capuchón. Vale. Luego, en la comida, cuando los dulzaineros canten el himno Que se ponga de pie, y citen a los nacidos en septiembre, me levantaré emocionado, con la copa de vino llena, para brindar por la memoria de mi quinto y cofrade Teodoro González, cuya silla este año estará vacía.

Al recordarlos aquí, siento que Teodoro, la Josefa, mi padre y Tatán hoy están vivos, a mi lado, y los lectores también. Cuatro vidas.