El Espinar, de cerca y con sentimiento.
En la primavera del 2002, con motivo de la visita que hice a mi amiga Marbella Gómez, cuando estaba ingresada en el Hospital General de Segovia por un achaque pasajero, observé la última novela de Javier Cercas, Soldados de Salamina, sobre su mesilla de noche; bastó la complicidad de afectos para comprarla y leerla con ganas. Bien.
Luego pasaron la película de David Trueba en el cine de verano de mi pueblo. Novela y película me resultaron muy interesantes.
A principios de febrero de 2004, mi hijo Tatán, antes de regresar a su refugio de Valdespina, en Soria, una noche me dejó el encargo de devolver al video club una copia de esa película, que él había alquilado; esa noche yo me encontraba cargado de sensaciones extrañas, porque por la tarde había estado dándole mi último adiós a un com- pañero en la idea, pero en aquellos momentos tenía el alivio de que a la mañana siguiente no iba a sonar el despertador temprano, así que me desparramé sobre el sofá para volver a ver la historia del soldadi- to que le perdonó la vida a Rafael Sánchez Mazas, cuando la guerra ya estaba en su proceso final. Contemplé la peli con sosiego y con el mando a distancia para mí solito, para poder rebobinar los detalles y las frases que merecieran un repaso oportuno.
En aquella nueva lectura visual, además de aportarme una nueva perspectiva sobre la Guerra Civil y de hacerme reflexionar sobre la necesidad permanente de recuperar la memoria– se me embaló el pulso al identificar, con sana envidia, ese hermoso dolor que siente la escritora/protagonista cuando la historia le elige a ella, y luego la novela le sale sola y de un tirón, desde las tripas; porque ya sabes, querido lector, “no siempre uno escribe ni encuentra lo que busca, sino lo que la realidad te entrega”, sobre todo a los que no sabemos escribir ficción.

Después, se me quedó el cuerpo razonablemente feliz, entre amable y luminoso, algo así como la mirada de Miralles, el soldadito de Líster, que pasa de pegarle un tiro al significado falangista, escapado del fusilamiento colectivo del Collell.Ver de nuevo la cinta con detalle me dio luz para contestar la pre- gunta que plantea el guión sobre qué es un héroe en la actualidad, y busqué una respuesta: a lo mejor un héroe del XXI era un trabajador sencillo, un gabarrero de la resina reconvertido a la fuerza en eficaz sindicalista; o sea, un hombre bueno; con la circunstancia de que ese título no lo otorga ninguna academia oficial, sino que se había escri- to aquella misma tarde en la intrahistoria de Navas de Oro, un peque- ño pueblo del Carracillo, cuando, espontáneamente y a borbotones, cientos y cientos de emociones solidarias lo fueron invadiendo para acompañar en el último tramo del camino a un jornalero honrado.
Por aquellas fechas, la úgete de Segovia andaba enredada en una amarga batalla sindical contra algunos de sus propios trabajadores, citados en esta crónica, entre ellos el referido Carmelo y los abogados laboralistas Marbella Gómez y Roberto Estévez. Al final, el conflicto se resolvió mal, con el sindicato en el papel de empresario obcecado y sin memoria. El mundo al revés.
Tras la muerte accidental de Carmelo Catalina el 2 de febrero de 2002, el Ayuntamiento de Navas de Oro reconoció la ejemplar trayectoria personal y sindical de su vecino, dando su nombre a un nuevo parque público. A lo largo de estos años, Marbella ha conseguido so- breponerse a sus achaques y a los problemas que le fueron surgiendo en el camino de la vida. A Roberto lo trasladaron a Burgos. Allí ha es- tado muchos años. “El que resiste, gana”. Vale, aunque ya me empie- za a cansar esta frase tan manida. ¡Ya está bien de aguantar siempre los mismos! ¡Que resistan alguna vez los otros! Roberto ya está Jubilado. Ha regresado a San Rafael y el pasado lunes quedamos para comer juntos en la nueva Serrata, de Nuria y Quique. Mantiene la sonrisa franca y el sentimiento de la amistad a flor de piel. Es hermoso comprobar que hay valores que el tiempo no deteriora, por más que pasen muchos años, más de cuarenta.
En este tiempo, la película de marras se ha convertido en un clásico. Recientemente, la han vuelto a pasar por la tele. Volví a verla, ¡cómo no! Siempre descubro en ella nuevos detalles; en esta ocasión, en- contré otra respuesta a la dichosa pregunta; y, aunque en la literatura los héroes nunca suelen sobrevivir, a lo mejor, un héroe anónimo en estos nuevos tiempos de confusión e incertidumbre es aquel que es capaz de aguantar en silencio durante muchos años, apoyándose para ello en sus convicciones éticas: ejercer su profesión con honra- dez, defender con vehemencia a los trabajadores en sus dramáticos conflictos laborales y sentir cada día la dignidad de ser una persona decente. Y luego, volver a su pueblo, del que nunca se ha ido. Nada más y nada menos.
También, tras este último encuentro con la famosa historia, se me quedó dando vueltas una cita contundente de la película, una fra- se lapidaria añadida al guión por David Trueba, pues he comproba do que no está en el texto original de la novela, cuando el soldadito Miralles, ya anciano, en la residencia francesa de Dijón, le dice a la escritora: “La izquierda decepciona siempre; la derecha no, la derecha ya sabes lo que persigue…” Y luego suelta un lamento, casi entre dientes: “¡Pero los nuestros!”
Nada menos y nada más.