El Adelantado de Segovia. Crónicas del Sentiimiento. Retomo la senda machadiana por sus lugares sagrados. Recientemente, me han conmovido las palabras de Antonio Muñoz Molina en el documental de Laura Hojman, Antonio Machado. Los días azules (2023): Hay lugares que son sagrados sin tener nada que ver con la religión, como el barranco de Víznar, como la pensión de Machado en Segovia, como las playas de Argelés”. Sin duda. A esto añado también la tumba de Machado en Collioure.

La pensión en que vivió Antonio Machado conmueve y emociona. Por más que ha pasado ya un siglo, cualquier persona sensible puede imaginar, e incluso sentir, la presencia del poeta en su alcoba, escribiendo en su mesa camilla, calentándose junto al fuego de la cocina de hierro, desayunando en el comedor común…

Es una casa pobre e irregular del siglo XIX, adquirida con mucho esfuerzo por una institución civil y cultural, conservada con respeto y acierto, y un mobiliario acorde a un tiempo y a un huésped muy especial, en el mejor sentido de la palabra, bueno, que siempre transitó ligero de equipaje.

En su cuarto, el poeta sufrió la crudeza de los inviernos segovianos, que combatía con una estufa de petróleo que le llevó su hermano Manuel; a veces, después de no haber entrado en calor durante la noche según llegó a confesar él mismo, abría el balcón, con la esperanza de que el sol de la mañana le templara un poco el cuerpo.

Los trece años que vivió en Segovia son una etapa clave para Machado, en la que asienta los fundamentos de su vida y de su obra, madura las sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de su alter ego literario, Juan de Mairena (Espasa Calpe 1936), y reafirma su compromiso con los valores de la Institución Libre de Enseñanza, las Misiones Pedagógicas y la Universidad Popular de Segovia, consciente de que otra España mejor era posible, a través de la cultura y la educación.

Con pocas palabras, deja bien definido su pensamiento político en el acto fundacional de la Agrupación de intelectuales al servicio de la República, celebrado en el teatro Juan Bravo, el 14 de febrero de 1931: “La revolución no consiste en volverse loco y lanzarse a levantar barricadas. Es algo menos violento, pero mucho más grave. Rota la continuidad evolutiva de nuestra historia, sólo cabe saltar hacia el mañana, y para ello se requiere el concurso de mentalidades creadoras, porque, sin ellas, la revolución es catástrofe. Saludemos a estos tres hombres del orden, un orden nuevo, Ortega, Marañón y Pérez de Ayala”.

Concluido el acto, Machado camina desde el teatro hasta su celda de viajero. Todos duermen. Sobre la mesa camilla, hay una carta. La ha dejado su patrona, doña Luisa Torrego, esa viuda coraje que saca adelante a sus seis hijos con su trabajo en la pensión. Conoce bien a su huésped: adecenta su alcoba, cuida su atuendo, ordena su escritorio y recoge los papeles arrugados que el poeta deja algunos días en la papelera, sin caer nunca en la tentación de guardarlos para sí. Pulcra, menuda y discreta, es el cuerpo firme que sostiene esa humilde pensión, morada de Antonio Machado durante trece años y que ahora, un siglo después, continúa siendo un lugar sagrado, conservado con fervor por los segovianos.

Machado se despide de Segovia en 1932. De Madrid marcha a Valencia y luego a Barcelona. Sale de España enfermo y derrotado, en enero de 1939, acompañado por su madre, doña Ana Ruiz, su hermano José y Matea, la mujer de José, tan ligeros de equipaje que sólo les queda la ropa que llevan puesta.

Sin un solo franco ni papeles, en la frontera de Le Perthus surge la ayuda extraordinaria del escritor español Corpus Bargas, que tiene permiso de residencia como corresponsal en Francia. Bargas implora a los gendarmes para rescatarlos de aquel tumulto de almas desesperadas, camino de alguno de los campos de concentración de la playa: C’est le plus grand poète espagnol, il est à nous Paul Valéry. ¡Por fin!, consigue que pasen la frontera y que, al día siguiente, tras dormir en el vagón de un tren en vía muerta, sean acogidos en dos habitaciones de la pensión Bougnol Quintana, de Collioure.

Antonio palpa su muerte. Un día, su hermano le ayuda a llegar a la playa, una noche se admira de haber podido bajar a cenar. Tras un cortejo solemne, es enterrado en el cementerio municipal. Allí siguen sus restos; antes, José había rechazado la intención del Gobierno de Francia de llevar su cuerpo a París. Solo la tierra en que se muere es nuestra.

Poco a poco, los actos de reconocimiento se fueron abriendo paso. Baeza, Soria, Segovia, España… En 1951, el curso para extranjeros de Segovia cerró su actividades de ese verano con tres conferencias sobre Machado, a cargo de Ángel Revilla, Mariano Grau y Mariano Quintanilla. En 1964, los profesores del instituto de Segovia colocaron un mármol en la entrada, con este texto: “A la memoria del gran poeta y Catedrático que fue de este Centro”. En 1959, intelectuales españoles, con notable presencia de poetas de la Generación de los 50, celebraron un acto ante su tumba, de resonancia internacional. En 1985, el Ayuntamiento de Segovia le concedió el título de hijo adoptivo y predilecto.

La tumba de Antonio Machado en el cementerio de Collioure es sencilla y humilde, pero siempre tiene una visita emocionada, unas flores, un poema, unas lágrimas… Igual que la pensión de Segovia, es un lugar sagrado.