El Adelantado de Segovia. Crónicas del sentimiento. De las “ocho” bellas artes, me apasiona el cine, y también la última que ha sido acogida como tal, la fotografía, esa magia con la que un creador es capaz de capturar la vida en un instante y retenerla para siempre, en el tiempo, como testimonio veraz de lo fue y cómo fuimos. Es el arte del tiempo y de los sentimientos guardados, cuando esas imágenes pueden llegar luego a emocionarnos. Doisneau me sorprende, MacCurry me conmueve, Newton me excita, Tino Soriano me estimular a viajar, Cristina García Rodero me enternece, Masats me admira. Otro día hablaré más de fotógrafos segovianos.

Ramón Masats ha sido uno de los grandes de la fotografía en España, no sólo por su excepcional currículo, plagado de exposiciones, colecciones, libros y premios (Nacional de Fotografía en 2004), también por su trascendencia, el sello personal de sus obras y su capacidad para renovar la fotografía en España.

Creció pronto como joven profesional por su talento natural, inquietud y la búsqueda de otro lenguaje fotográfico. Rápido, intuitivo y muy trabajador, Barcelona y Cataluña se le quedaron pequeñas y se desplazó a Madrid, donde comenzó a forjarse una reputación por su calidad narrativa. Sus fotografías encontraban espacio en distintos medios y soportes, como guías turísticas, revistas y periódicos, sin dejar las exposiciones; en 1964, presentó con Carlos Saura una muestra muy especial en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

De 1955 a 1965 vivió una etapa de escapadas románticas por España, a bordo de un Seat 600, acompañado por una Leica y una Pentax Spotmatic. En estos reportajes, su lente se convierte en el ojo crítico y agudo que ve lo que otros no ven: líneas geométricas en una plaza de toros que parecen diseñadas con IA, cinturones y corbatas colgadas en los calabozos de la Dirección General de Seguridad, sombras que convergen en una beata, el rezo de las madres de los combatientes de la División Azul, cursillo de cristiandad en éxtasis, actos añejos de exaltación política, dos borriquillos y un arriero que se cruzan con el accidente de un coche en una carretera descarnada, un botijo roto y remendado con alambre, una inglesa en bikini entre vendedoras de enaguas con encajes, nazarenos entre guardias civiles, el desgarrado sentimiento rociero, Sanfermines sin los tópicos encierros, “maletillas” infantiles, cuando los sueños de muchos niños no podían ser otros que ser toreros o boxeadores. La dramática serie del boxeo desnuda la angustia del hombre en los tiempos del hambre. ¡Qué tiempos! Una sola de esas fotos dice más de cómo fue esa época que cien discursos.

El arte es el detalle, la fotografía también. Si alguien quiere aproximarse a la España negra de la posguerra, puede asomarse a ella a través de los detalles sutiles de las instantáneas de Masats; para ello, atrapa las imágenes con naturalidad y frescura; a veces, sus fotos son testimonios gráficos de un país entre tinieblas, que ahora nos puede resultar desconocido; en otras, son una sátira silenciosa a las contradicciones de una sociedad caduca y atrapada por su pasado.

Contrastada su calidad, es solicitado como fotógrafo de referencia por el Ministerio de Información y Turismo de Fraga, dentro de la gran campaña del Régimen para divulgar en el exterior una nueva imagen de España, en busca del milagro del turismo. Visit Spain era el eslogan publicitario.

Para de documentar estos encargos oficiales, viaja con el mejor equipo fotográfico posible entonces, pero siempre lleva consigo una cámara manejable, con las que complementa sus otras tareas de creador y fotoperiodista, pues en esos años sigue exponiendo y publicando en periódicos y revistas, hasta la explosión popular de la televisión, un formato al que se incorporó, requerido expresamente por Televisión Española, tras la llegada al ente público de Adolfo Suárez, en 1969. Más adelante, volvió a la fotografía.

Fotógrafo silencioso, que captura lo cotidiano y, al mismo tiempo, lo excepcional, sin ser visto por sus personajes. Es testigo anónimo, escondido tras un bigote. Salvo contadas excepciones, los protagonistas no posan, pues ignoran que la cámara de Masats les está copiando el alma.

Ramón Masats contribuyó notablemente a la renovación de la fotografía documental y, además, abrió fronteras. La primera instantánea de un fotógrafo español publicada en el MOMA de Nueva York fue El Seminarista, en 1955, dentro de la exposición La familia del hombre, considerada como la mayor muestra fotográfica realizada hasta entonces. Este icono increíble también inspiró a Pedro Almodóvar para una de las escenas de la película La mala educación.

El Seminarista, junto a otras 143 fotografías, está en la exposición Ramón Masats. Visits Spain del Torreón de Lozoya, que ha tenido que incorporar varias salas de las Caballerizas para albergar toda la colección. Durante su presentación, la sala de Tapices completó el aforo y hubo público de pie; Sonia Masats nos confesó detalles íntimos y geniales de su padre, al supervisar juntos la exposición, en 2020: “¡Qué cabrón!”, exclamó con ternura, y todos reímos; Rafa Ruiz se mostró emocionado; el comisario de la muestra, Chema Conesa, resaltó la ironía crítica de Masats y nos embarcó en un viaje mágico a través de la muestra. Impartirá una conferencia al efecto el 21 de marzo.

En el salón de Tapices, se proyecta un documental oportuno sobre la España de los años 1955-1965, con imágenes del NODO.

Masats falleció en 2024, su obra sigue viva.