El Adelantado de Segovia. Crónicas del Sentimiento. Fotos de Asun García López. De la panza viene la danza, con un tiempo para cada cosa: primero comer, después bailar y luego filosofar. No todo va a ser penar y trabajar.
Juan José Cid «Zapatones» creció en la solana de la Sierra de Guadarrama, pero una morena de Zarzuela del Monte le llevó a su vera y le empadronó de por vida en ese pueblo; desde entonces y para siempre, Juanjo es machotero.
Aprendió dulzaina y folclore en la escuela de la Diputación, de la mano de Luis Barreno y Mariano San Romualdo «Silverio», y completó técnica con Gregorio Dimas y Mariano Contreras; una vez que se sintió dispuesto, al principio acompañado por su suegro, Valentín Pérez, se volcó en dar «toques» allá adonde le llamaban, pueblo a pueblo, ensanchando su panza, sin pudor, y haciendo bailar a santos y cofrades por esas fiestas de Segovia y de Dios. Le cogió el gusto y el acierto a la enseñanza de ese instrumento asilvestrado, así que sembró escuelas de dulzaina en un alargado rosario de poblaciones: Valverde del Majano, San Rafael, El Escorial, Guadarrama. Cercedilla, Abades, Catimpalos, San Lorenzo de Segovia, Zarzuela del Monte…
Después de cuarenta años, el último agasajo colectivo ha sido en el 35 certamen de dulzaina de San Rafael, dentro de la segunda edición de FondiFok. Con este lema se lo dedicaron sus alumnos: «A nuestro grandísimo profe». Cid no es grande, es grandísimo; y cuando suena su dulzaina, se para un carro. La cultura popular es agradecida siempre.
Disfruté mucho durante el acto en la plaza de Castilla de San Rafael al ver la movilidad sorprenderte del folclorista Salva Lucio, compañero muchos años de Cid, pues subió y bajó más de una docena de veces la escalera del escenario con la agilidad de un mozo joven. Le pregunté por la receta para derrochar ese vitalismo y me dijo que, cuando sube a un escenario así, roba energía a aquellas personas especiales del público que rebosan entusiasmo. Será verdad; además, presentó el acto con altura, glosó con ingenio a los participantes, declamó a Machado, narró un romance jocoso aprendido a través de su padre, don Eduardo Lucio… Un deleite.
Juanito Piquero tocó con su hermano Álvaro, Edu de Guadarrama Juan Antonio Gil de Matabuena, y aprovechó para estimular a los jóvenes a aprobar una asignatura pendiente en el pueblo, bailar la jota. Para enmendar esta evidencia, al día siguiente, en el paseo Rivera, Asun García «La Dulzainera», acompañada de Nunci y María, reunió a una treintena de personas, hombres y mujeres, chicas y grandes, que pasaron la mañana practicando los pasos básicos de la jota tradicional segoviana. Un acierto a repetir.
También actuaron Diego y José, hijos de otro de los grandes, Luis Barrero, de Zarzuela del Monte; El Mariquelo, con Mario y María, su eterna compañera; Sergio Pleite; Doro y sus secuaces, de Zarzuela; las escuelas de dulzainas de Cercedilla y de San Rafael…
Hubo un recuerdo entrañable por la dolorosa y reciente ausencia de Conchi, a cargo de los componentes de La Escuela y de su familia.
Panza y Danza en la plaza llena. Hasta «Zapatones» movió su generosa cintura con salero para bailar La Respingona. Ya sólo queda filosofar en llano: La cultura popular vale mucho y cuesta muy poco; la que es cara y quebranta mucho, es la no cultura.